Sobre el sistema tributario




Vencedores y vencidos
Por Jose Sbattella
Cuando se debate sobre el sistema tributario, lo primero a desmitificar es la teoría que se enseña en las cátedras de Finanzas Públicas sobre el origen de los impuestos. Se afirma con liviandad su derivación del contrato social explicitado en la subordinación de los ciudadanos al poder de Imperio del Estado, que debería proveer los bienes públicos. En rigor, el origen de los impuestos está ligado directamente al control de un territorio por una fuerza imperial, en donde, desde el origen de las conquistas territoriales, los impuestos los pagan los vencidos. Antropológicamente, está demostrado que los Estados imperiales antiguos emitieron moneda para que los pueblos conquistados pudieran pagar sus impuestos, es decir, que también es falso lo que se enseña en las cátedras de Economía sobre el origen del dinero; éste no estuvo asociado a las molestias que causaba el trueque, sino que tiene origen fiscal. El significado original de la palabra tributo, lo que el vencido entrega al vencedor, y que se hable de “impuestos” en lugar de “voluntarios”, cierra la discusión. En la actualidad lo esencial no ha variado: los impuestos los siguen pagando los vencidos. Y para saber quiénes son los sectores sociales vencidos y vencedores, sólo basta observar la estructura impositiva. Si está basada en impuestos al consumo y no discrimina por grados de riqueza, los vencidos son los sectores más postergados de la sociedad, ya que pagan por todo lo que consumen. Si el sistema es progresivo, los sectores a los cuales se les torció el brazo para pagar son los pudientes. Para cobrar los impuestos, ya sea a los ricos o a los pobres, siempre hay que tener un sistema sancionatorio: es claro que a nadie le gusta pagar, justamente porque se siente que perdió. Suenan ridículas las pretensiones de que se paguen los impuestos alegremente, con “cultura tributaria”, puesto que el que paga lo hace por el nivel de riesgo que corre y no porque le remuerda la conciencia. El sistema tributario argentino se transformó, desde 1976 y en especial después de los ‘90, en uno de los más regresivos del mundo, donde los impuestos al consumo llegaron a representar más del 70% de la recaudación total. El Impuesto al Valor Agregado fue la estrella de ese esquema, pasando de un 13% en 1989 al 21% actual. El agravante que tiene este esquema es que el “evasor” no es el ciudadano vencido que si no paga no come, sino las empresas que venden y recaudan el 21% de cada 100, debiendo luego entregarlo al Fisco. Se hace difícil con un alícuota tan alta no tener tentaciones de quedarse con algo, o si no hay riesgo, todo. Conviene aclarar que los países desarrollados tienen una estructura exactamente inversa.