ES LA ECONOMIA PAVO (parafraseando en criollo a Bill)


Desde que ganó en octubre pasado rotundamente las elecciones, el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner no tiene paz. Hasta jugadas de alto voltaje para recuperar la iniciativa, como lo de YPF, le duran menos de lo que canta un gallo y vuelta a renegar.
Podemos decir que algunas de las cosas que le han pasado a su administración en los últimos meses, como las puebladas contra la megaminería contaminante o el accidente de trenes en la estación de Once, tienen que ver con políticas continuistas del menemismo que han llevado adelante desde sus comienzos. También sería correcto señalar que, en su soberbia, cometen errores que podríamos calificar hasta de infantiles como la comedia del falso positivo, o el mini circo con la rodilla de Máximo. A lo que podríamos agregar la designación de Amado Boudou como compañero de fórmula, por cuenta exclusiva de la presidenta, con pobre caracterización de los inconvenientes que a futuro le traerían las características del personaje.
Todo ello es cierto, pero en la base de la incipiente conmoción que comienza a vivir el país, está el devenir económico. Al punto que hasta está determinado en gran medida por esto, el adelantamiento de la confrontación interna en el PJ; expresada fundamentalmente en la ofensiva del kirchnerismo contra Scioli, aunque partidariamente vaya mucho más allá de eso la pelea. Ni que hablar del conflicto con Hugo Moyano, a partir de buscar que no mantenga su cargo en la CGT en los tiempos por venir.
Analicemos entonces la realidad económica que, a nuestro entender, como decimos, está en la base de la crisis política que asoma. El principal problema que arrastra el modelo económico K, es que a partir del 2007 cuando ya se colmó la capacidad productiva ociosa que había dejado el bajón de los años 2001/2002, aquellos que habían sido señalados por el gobierno como quienes debían tirar de la inversión productiva, los grandes grupos económicos nacionales y extranjeros -a los que se les garantizó enormes ganancias para ello- estuvieron bien por debajo de lo que se les requería. Si bien hasta el año pasado las poco confiables cifras del INDEC hablaban de un nivel de inversión anual del 23% del PBI promedio, desagregado el dato resulta ser que el 60% del mismo correspondió a la construcción, y dentro de ella muy mayoritariamente a la residencial, la más rentable y menos productiva.
Esto trajo consecuencias negativas diversas: en primer lugar un crecimiento de la inflación que se instaló sin regreso en guarismos de dos cifras; en segundo lugar un freno visible en la creación de nuevos empleos; en tercer término, en un mantenimiento de los niveles de pobreza cercanos al 25% a pesar del crecimiento económico. También tuvo por cierto su impacto en las cuentas fiscales, las que de un holgado superávit pasaron a ser deficitarias y a requerir para cerrarlas el uso de fuentes como el ANSES, PAMI, Banco Central, etc, que debieran estar destinadas a otros menesteres. A lo que debemos sumarle el retraso cambiario que trajo aparejado el que usaran al dólar como ancla antinflacionaria; política que provocó más bien rápido problemas en el estratégico sector externo.
Ya el año pasado eran visibles estas tendencias de la economía, insostenibles en el tiempo. Sin embargo, a los efectos de ganar las elecciones presidenciales, el gobierno barrió la basura bajo la alfombra e incentivó como nunca antes el consumo. Les salió bien la maniobra en la política y Cristina fue cómodamente reelecta, pero poco tardaría en salir a la superficie la verdadera cara actual de la economía del país. Agravado esto por el avance de la crisis económica internacional, que ya se sabía inexorablemente vendría; a la que primero el gobierno puso como un problema externo ajeno a nosotros, y ahora, cuando ya no puede ocultar su impacto fronteras adentro, como la culpable de lo que nos pasa: “se nos cayó el mundo encima”, dijo la Presi, con el claro objetivo de no asumir responsabilidades propias.
El mundo se nos está cayendo encima efectivamente, pero las consecuencias serán mucho más graves de lo necesario (no olvidemos que la soja está todavía a 500 dólares la tonelada), particularmente en los sectores más débiles de la población. Entre otras razones, porque depositaron recursos y confianza -que no debían- en los grandes grupos económicos. Veamos sino hasta dónde dejaron llegar el saqueo de Repsol, o la corrupción en el sistema ferroviario. Y también, porque estiraron la cuerda de la economía -por mezquinos intereses políticos- mucho más allá de lo razonable y serio.
Ahora los salarios van por detrás de la inflación real, empiezan a aumentar las suspensiones y la pérdida de puestos de trabajo, recortan gastos sociales y de obras públicas los gobiernos municipales, provinciales y el nacional, ponen en la morsa los ahorros de los argentinos y argentinas de a pie, faltan insumos indispensables hasta en la salud por las trabas a las importaciones, la economía se frena y se frena; y el gobierno en lugar de mínimamente aceptar que algunas cosillas hizo mal, y de llamar a los sectores representativos del quehacer nacional para ver como salimos de esto, se vuelve más soberbio todavía, blande el garrote para los que protesten y la diatriba para los que critiquen. Nubarrones en el horizonte se avisoran de seguir así.
Pero lo peor no es eso, sino que atrás del discurso pseudo progre, de la parodia de “keynesianismo” con grandes anuncios de planes de vivienda (que seguramente incumplirán en alto grado, como se puede observar en sus nueve años de gobierno), la orientación principal del modelo en curso se mantiene vigente. Por eso en una economía que se frena a ojos vista les cobran impuestos a los trabajadores que cobran más de 6.000 pesos de sueldo (y hasta lo presentan como progre), no les dan asignaciones familiares a los que ganan más de 5.000, amagan con quitarle subsidios a las tarifas de servicios públicos de todos, pagarán con la guita de los jubilados -a los que les niegan el 82%- las casas que hagan, no tocan -entre otras- la renta financiera, y la corrupción y la impunidad siguen vivitas y coleando.
Que busquen reemplazar a Moyano con lo peor de los burócratas menemistas en la CGT, más allá del cuestionamiento que uno tenga para con el sindicalismo que aquel expresa, seguramente no será para mantener -como declaman- el consumo, el poder adquisitivo de los laburantes y el mercado interno, sino probablemente las grandes ganancias de los poderosos. De los mismos que no invierten y fugan capitales.

HUMBERTO TUMINI
MOVIMIENTO LIBRES DEL SUR-FRENTE AMPLIO PROGRESISTA